lunes, 14 de septiembre de 2009

Tras cada ventana


Es delicioso pasear de noche, sobre todo sintiendo las primeras gotas de un otoño temprano, tormentas ansiadas como caricias vírgenes sobre un cuerpo desnudo, que te llenan a cada paso de un aire cargado de olor a tierra mojada y sentir como tú camisa se va humedeciendo y dejando traspasar un agua que hace olvidar el caluroso verano de Sevilla, un bautismo repetido cada año que purifica el calor estival.

Mientras paseo me pierdo en sensaciones gratificantes, frescas, suaves y hasta nostálgicas, de aquel pasado en que correr bajo la lluvia y meterte en cada charco te hacia vibrar un corazón infantil y lleno de aventuras fantásticas y maravillosas, hoy muchas de ellas olvidadas en un rincón de la mente y que resucitan solo en momentos especiales.

Las calles vacías, el brillo de la luz de las farolas (lunas artificiales) sobre la acera, la soledad buscada, un renacimiento brutal y orgásmico provocado por la lluvia y solo interrumpido, he de confesarlo, por un vicio adictivo que con los años me domina más y más. El cotilleo, así es, es algo inevitable, una fuerza que me superó y que ya no trato de erradicar. Es como la vergüenza, cuando eres joven y ves una mujer atractiva con un buen escote la miras de soslayo y piensas lo bien que lo pasarías con esos pechos y una vela encendida, pero según te haces mayor, la miras de frente y dejas volcar a través de tus ojos el ansia de poseerla sin pudor alguno. Pues algo similar me ocurre, cuando paseo solo entre casas o edificios con viviendas de plantas bajas, desvío mi mirada al interior de esos hogares, sin intención deshonesta, sino por una cuestión mas simple e histórica: por puro cotilleo. Y digo histórica porque es bien sabido que en este gran país (España), eso del cotilleo lo tenemos muy arraigado. Miro por las ventanas y balcones medio abiertos y las escenas en la mayoría de los casos son dramáticas: que mal gusto tiene la gente. No es que yo sea un artista de la decoración, pero es que no entiendo como en pleno siglo XXI aún se puede tener el perro de escayola en el salón, la flamenca encima del televisor o el cuadro (visión infernal) de los cazadores tras el ciervo. Es como si en algún momento hubiera habido un salto en el tiempo provocando la mezcla entre la televisión de plasma y un pañito de crochet sobre una mesita de formica imitación roble. En fin, es un placer pasear de noche y deleitarse en el fresco aroma de una nueva estación mientras tus ojos se pasean por las horteradas con las que tus vecinos decoran sus casas. Pero que conste que si tengo una colcha de flores en mi cama es porque es un regalo de familia, no por mal gusto.

2 comentarios:

  1. Supongo que te averguenzas de mis comentarios. No tengo nada mas que decir, ni exponer
    saludos

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  2. Mis mas sinceras disculpas, no ha sido de manera malintencionada el no publicar tus comentarios, sino fruto de mí ignorancia novata en el manejo del blog.

    Siempre es un placer leerte.

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